lunes, 1 de diciembre de 2008

Gonzalo Puch

OTRO ORDEN DE COSAS

Hasta el 19 de Diciembre de 2008

©®Gonzalo Puch

Gonzalo Puch (Sevilla, 1950) es uno de los creadores más singulares y personales del panorama artístico nacional. Aunque sus inicios estuvieron ligados a la pintura, en las últimas décadas la fotografía ha constituido su herramienta privilegiada de expresión. Una fotografía compleja y difícil de clasificar, que transita por ámbitos cercanos al surrealismo y que quizá podría ajustarse a lo que Hal Foster ha denominado “lo incongruente”, una de las estrategias maestras del arte último que se caracteriza por el reenmarcamiento lírico del espacio a través de la yuxtaposición de lo encontrado y lo inventado. Entre los artistas de esta tendencia, Foster nombra a Jimmie Durham, David Hammons o Gabriel Orozco. Y con toda probabilidad, las fotografías de Gonzalo Puch no estarían demasiado incómodas dentro de ese contexto. Y es que el artista construye y compone una realidad paradójica e incongruente que, sólo después, es fotografiada. En este sentido, se podría decir que la fotografía de Puch es escultórica y performativa, pues sus obras muestran objetos, composiciones, situaciones y acciones que son realizadas ad hoc frente a la cámara. Una cámara que se convierte en un notario de esa nueva realidad aberrante que inquieta al espectador.

En las fotografías de esta exposición encontramos una suerte de diálogo y tensión entre lo móvil y lo fijo. Se trata de objetos y acciones efímeros, móviles, transeúntes (como los ha llamado alguna vez), pero al mismo tiempo están presentados como algo fijo, intemporal. Eso se observa con mayor claridad en las imágenes en las que tiene lugar alguna acción. Son acciones espontáneas, accidentes, sucesos inesperados que, sin embargo, se frenan para ser captados por la cámara. De alguna manera, las obras no siguen la lógica de la instantánea fotográfica, según la cual el fotógrafo “fija” un instante de un tiempo que es móvil y continuo. Sino que, por el contrario, aquí el tiempo parece frenarse en sí mismo para, posteriormente, ser captado por la cámara. Se podría afirmar que las acciones, los objetos, las composiciones y las situaciones poseen una cierta intemporalidad incluso antes de ser captados por el objetivo, que parece dar cuenta de una realidad que, de suyo, se detiene. Quizá aquí tome un sentido literal el término que los ingleses utilizan para nombrar al bodegón y la naturaleza muerta, “Still life”, vida detenida: una especie de apertura temporal en la que el flujo de la vida se suspende por un momento. Un momento que se eterniza y que, al mismo tiempo, está al borde del desastre. Porque una de las sensaciones que el espectador tiene ante las obras de Gonzalo Puch es que algo está a punto de suceder. Esos objetos callados, silentes, inmóviles, detenidos, están a punto de cambiar de estado, en el borde de la movilidad.


Paradójicamente, a través de la pausa, Puch consigue crear una inestabilidad en el observador, una “in-quietud”, es decir, un movimiento. Un movimiento interior que también tiene que ver con la sensación de familiaridad extraña que poseen los objetos y los espacios. Espacios y objetos que son “siniestros” en el sentido freudiano del término, y que nos producen la sensación de que algo de lo que está frente a nuestros ojos se encuentra en el lugar equivocado. Siempre vemos algo que no debería estar ahí, al menos en el modo en el que está.

Gonzalo Puch trabaja con objetos, espacios y situaciones que alteran nuestra experiencia del espacio cotidiano. Una alteración que recuerda bastante a los ambientes opresivos e inquietantes de las películas de David Lynch, un cierto surrealismo o realismo mágico que introduce una especie de “presencia extraña” en los objetos. Esa es, precisamente, una de las claves de la sensación de inquietud que nos provocan las obras: que hay algo que no vemos en aquello que vemos, que algo flota en el ambiente. Por eso nuestra visión siempre queda frustrada, porque no puede hacerse cargo de la complejidad de la composición, de su orden caótico, de la narrativa o del relato que esos objetos nos están contando. Hay una especie de enigma que no podemos conocer y que nos hace prisioneros de la foto.

Algo común a la mayoría de las fotografías de Gonzalo Puch es la introducción de un orden diferente al orden real. Quizá la expresión que mejor calificaría a estas imágenes es aquella que utilizamos cuando queremos comenzar a decir algo que no tiene que ver exactamente con lo que estamos hablando: “en otro orden de cosas...”. Y es que las imágenes de Puch se encuentran precisamente “en otro orden de cosas”. Un orden que no tiene que ver con las lógicas racionales de la clasificación, pero tampoco con la aleatoriedad absoluta, sino más bien con los procesos subjetivos de ordenación y apropiación del espacio. En este sentido, el orden (el des-orden) de los objetos recuerda al utilizado por Samuel Beckett en textos como Watt o Molloy, un orden psíquico que se rige por normas diferentes a las físicas o espaciales. Un orden, en todo caso, y esto es lo realmente importante, que introduce una verdadera soberanía en las imágenes. El artista gestiona un orden propio, soberano, una experiencia de la realidad totalmente singular. De este modo, al subvertir las lógicas clasificatorias establecidas, la fotografía de Gonzalo Puch propone otros modos de habitar el mundo. Modos irónicos, caóticos, espectrales o incongruentes, pero, en todo caso, alejados del control y la “sujección” de los sistemas hegemónicos de ordenación y racionalización de la vida.

Miguel Á. Hernández - Navarro

Galería Art Nueve, Gutiérrez Mellado, 9 - Murcia

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